11/22/08





Se encontraba allí, de pie, refugiada por fin bajo una fachada antigua, en la misma plaza que atravesaba tantas veces a la semana. Entretenida, observaba la genialidad de la lluvia que en ese instante no la tocaba, sonreía, aprovechaba para recrearse en ella misma. De fondo, en los auriculares, cualquier canción de las que siempre solía escuchar y a su espalda una puerta fría sobre la que se apoyaba ligeramente. Justo enfrente, a la entrada de una chocolatería dos enamorados se besaban divertidamente. Las gotas llegaban también a las mesas y sillas de las terrazas que un camarero apresurado intentaba recoger y a lo lejos un hombre tropezaba cubriéndose con una chaqueta. Ella continuaba ahí, con la mirada perdida, sintiéndose dichosa por ser quien observase esa escena. El tiempo no fluía, la había cubierto con una fina película transparente que la hacía invisible en ese lugar. Se sentía un poco más cerca de aquella pareja, percibía sus risas, también de la impotencia de aquel camarero que veía deteriorarse su mobiliario e incluso de los gruñidos de ese hombre que se maldecía por no llevar con él un paraguas. De repente le parecía imposible que hubiese pasado por ahí tantas veces. Se cuestionaba el sentimiento de extrañeza que la invadía. La lluvía iba en detrimento. Increíblemente reconocía mejor esa escena que aquella canción tantas veces escuchada y al mismo tiempo creía sentirse más vinculada con aquellas personas que con ella misma.

2 comments:

Fran said...

belluga!

Elena-na said...

le has dado a Murcia un aire italiano... fueron felices y comieron tallarines